Las canciones de amor son un conjunto de palabras
detonadoras de significantes. Son todas las personas y ninguna al mismo tiempo
entre tanto nosotros cargamos de contenido lo que estamos escuchando. El amor
es del mismo modo igual experiencia para todos, la droga que satisface y
demanda, el encuentro, la imposibilidad, la cima más alta de las emociones y la
desdicha aciaga del final. A veces el amor no se termina, otras ni siquiera
llega a conformarse en reciprocidad. Aun así, no deja de ser el mismo sentimiento.
Lo que le pasa al objeto de nuestro deseo es otro asunto. El amor que siento es
mío, luego veremos qué podemos hacer entre los dos con él. Cuando el amor contraria el anhelo fantástico de la
sincroncidad, surge el conflicto. Y de ese dilema se fundan las canciones de
amor.
La abreacción es el modo espontáneo en que las personas
liberamos la tensión emocional a través de palabras que encarnan algo reprimido
por el dolor o un trauma. Por eso las canciones de amor detonan con precisión
la secuencia de emociones exactas que nos abordan. Decimos “te amo”, pero si
esa frase sucede en una canción de Chayanne, la cadena de prejuicios se pone en
marcha. Quizás porque desmienta que nuestro amor sea único, cuando lo precioso
es que sea nuestro. A lo mejor porque nos enlaza con el mundo. Después de todo,
una canción de amor es la atomización de las partículas dispersas de todas las
experiencias de amor en la humanidad hasta ahora.
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