Un hombre está solo. Nacido entre sangre y restos de las
propias secreciones, la primera expresión en presencia del mundo es llanto por el rechazo del cuerpo que lo asilaba. Luego, aprende a gimotear para comer sentado
en su propia mierda. Ese es el principio, tan parecido al final. Más tarde es
preso de los caprichos de su sexualidad, del desamor, de adivinar que a pesar
de los más grandes esfuerzos nada nunca va a ser como lo imaginaba porque el
mundo está lleno de otros, que a veces son posibilidades pero sobre todo obstáculos
a sus deseos. Por último advierte que la recompensa a tanta adversidad es la
muerte. Y justo ahí es donde sucede el único relámpago de grandeza en la
existencia de ese hombre que sabe que va a morir y -sin embargo- sigue viviendo.
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