Aunque se tratase de la verdad, como cualquier otra no era
completa. Cada recuerdo empachado de disgustos, momentos más felices e
incluso los restos alojados en la memoria y distribuidos en cualquier parte, fallaban.
Es decir, mezcla las fantasías y los deseos con lo que su percepción reservaba
en forma de evocaciones y hay un momento donde le es imposible sentir un olor y
no recurrir a la parte de su recuerdo que lo empata a otra cosa. Una memoria casi
absoluta pero no de nombres, números, o calles, como admiraba de algunas personas.
Recuerda el mundo a partir de experiencias propias. En cada aroma que despedían
las cosas había algo de sí mismo que participaba en su composición: el césped recién
cortado, la tierra mojada, las casas de envases plásticos estaban instaladas en
las partes de su vida a las que no recurría ya. Se juró a si mismo intentar con
todas sus fuerzas reprimir esta voluntad a la que se creía sometido, hacer su
mejor esfuerzo para que un caramelo abierto fuera eso y no una tarde de siesta
en el pasillo de la casa de su abuela y fracasó. Prefería hundirse en la
nostalgia a bracear la superficie del mundo.
Con los sonidos era exactamente igual, pero más difícil,
porque la vista interfería en el libre albedrio, interponiendo su carácter a la
ilusión. Incluso se sentía enfermo, pensando que aquella verdad que volvía en
forma de recuerdo estaba entorpeciendo su relación con la otra verdad que todos
repetían y de tanto eco sonaba auténtica.
Diez años después trabajó al costado de la autopista
vendiendo naranjas por docenas, en redes del mismo color de la fruta que las hacían
ver frescas y coloridas. En pocos días su jefe descubrió que era más práctico
dejarlo dormir en el tráiler al lado del camino que volver cada día a llevarlo
y traerlo. Entonces las primeras tres noches no durmió del miedo, miedo a algo
horroroso y sin forma. Miedo al silencio. Empezó a escuchar los autos que viajaban en la
madrugada, entreno el oído y los sentía llegar desde lejos, aumentar el ruido
de las cubiertas sobre el asfalto, un sonido largo y sostenido que crecía y
finalmente se hundía en el resto de la noche. un coche, y otro, y otro más,
separados entre sí por pausas de intensos silencios. Luego de algunas noches el
arrullo del caucho sobre la brea ahora fría le recordó el sonido de las
olas. La banquina era un médano, el olor
a animales muertos al costado de la autopista eran de lobos de mar y el ripio
desprendido la arena. No conocía el mar, pero se acordaba de su madre
lamentando que sus únicas vacaciones habían sido el viaje de luna de miel.
Tampoco
conocía a su madre, pero eso lo descubriría mucho tiempo después de conocer el
mar.
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