Al principio, el universo existía atomizado en una
habitación. Todos los objetos de mi constelación cabían alrededor de la cama,
sobre paredes y estantes en forma de infinitas geografías afectivas: una
cartografía emocional por cada uno de nosotros. 7000 millones de posibilidades próximas
a colisionar entre sí. Con ese fin, los seres humanos inventamos la escala de Turín para medir la
posibilidad de impacto de todo, incluso, lo que vive en el espacio como los
cometas y los asteroides. La escala es de 0 a uno, sin fracción y por ahora el
grado más alto lo posee el asteroide Apophis, con fecha de impacto para el 13
de abril de 2036.
Cuando por fin emergimos de nuestra
habitación original, viajamos a través del cielo, los océanos y las
profundidades submarinas. Viajamos por el tiempo durante 70.000 años y tratamos de explicarnos la
naturaleza de las cosas desde África al resto de los continentes.
Más tarde hacia la Luna camino al Universo. Sin embargo, los únicos organismos
que pueden vivir en el espacio son las bacterias, así que volvimos a casa para
intentar tropezar con lo que escrutábamos lejos. Porque hubo un tiempo donde el
hombre y la naturaleza se entendían, las tareas no estaban divididas y los
artistas eran arquitectos, alquimistas y botánicos. Para preparar sus pigmentos, los pintores conocían minerales,
piedras y vegetales Mark
Dion se apunta en esa tradición de fascinación por las cosas del mundo: “Para los seres
humanos —observa el artista— recolectar es un impulso temprano, casi
instintivo. Coleccionar es uno de los actos fundacionales de la cultura. Como
artista yo soy esencialmente un escultor, así que tengo una pasión por las
cosas materiales; ellas nos cuentan historias y nos enseñan cosas. Coleccionar
juega un papel importante en el origen de la narración”.
No me importa
quién es Mark Dion, como tampoco me atañe quién clasificó las cosas en palabras
que uso todos los días, desconociendo si son ciertas o no. Si me importa la
oración resultante, lo que Mark Dion está diciendo: ‘“Los
museos de historia son uno de los lugares esenciales para cualquier
investigación acerca de cómo un grupo cultural dominante construye y demuestra
su verdad sobre la naturaleza - dice Dion- Mi obra no se refiere realmente a la naturaleza; es más bien una
consideración de las ideas de naturaleza.” En 1997, drenó el barro de los
canales de Venecia para liberar sus tesoros anegados - botones, huesos,
juguetes, tarjetas de crédito, botellas rotas, fragmentos de platos de
porcelana y hasta alfileres- para exhibirlos luego a
modo de los gabinetes de curiosidades del siglo XVII en bellísimas vitrinas de
madera lustrada. “Siento que todo es
parte de lo mismo –señala Dion. Me resulta imposible ver a la sociedad y sus
procesos políticos por fuera de la naturaleza. La idea de la interconexión
entre todas las cosas es un aspecto crucial para entender al hombre y su
cultura.”
Haría falta inventar una escala para
pronosticar el impacto del encuentro entre las personas una con otras.
Anticipar el grado de perjuicio o las variaciones en la trayectoria que
producirá la colisión. Donde se estrellaran, cuáles serán las consecuencias en
el futuro. Estimar el grado de estabilidad posterior a la experiencia -no para
evitar atravesarla- sino para disfrutar la belleza de cada instante hasta el
último, donde la cuenta regresiva no anuncie un lanzamiento sino una catástrofe
donde - aun sobreviviendo- los daños serán irreparables. Y está bien que así
sea.
"Toys
'R' U.S. (When Dinosaurs Ruled the Earth)," 1994
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