2.8.12

Un pesebre en la cabeza de un niño o un acuario de excentricidades del fondo del mar.

Si hacemos un corte que atraviese la Tierra encontraremos diversas capas. Por encima la atmósfera, una capa de gases a los que llamamos aire formada por una serie de capas que funciona como protección y mantienen la temperatura permitiendo la vida.  La piel también protege al organismo de bacterias, sustancias químicas y temperatura y posee tres capas principales: la epidermis, la dermis y la hipodermis. El sol, los océanos, el corazón: todo lo que conocemos está construido una cosa sobre otra. Al parecer nosotros mismos estamos cubiertos por una capa etérea que se extiende hasta unos 8 o 10 centímetros de distancia de nuestro cuerpo y que sigue su forma. Es el modelo espiritual a partir del cual se desarrolla el cuerpo, siete capas o cuerpos áuricos y cada una de ellas corresponde con un nivel de conciencia. Todo lo que vemos es fragmento de un conjunto, parte del elenco que compone la representación completa que edifica el universo. Existimos  entre innumerables variables y combinaciones de cosas dispuestas por la naturaleza, por nosotros o por quienes estuvieron aquí antes que nosotros. Las imágenes funcionan así y las personas también: nos constituimos como Frankensteins afectivos por retazos de recuerdos, acciones, deseos, frustraciones y todo lo que compone el universo emocional y de experiencias a lo largo de una vida.
Ana y Juan interpretan este modelo en tardes de verano y excursiones con el fin de conseguir souvenirs para sus collages. Recortan como antes pero con precisión quirúrgica. Aglutinan como amantes e inventan un modo de hacernos sentir que descubrimos esa ruta con ellos. El suyo es también un viaje por el tiempo, porque todo lo que vemos corresponde a otra época y a ninguna. Los colores y los símbolos que conocemos no están allí, hay otros pero igual de familiares como cuando creemos tener un recuerdo pero olvidamos si atravesamos esa  experiencia o la vivimos desde un álbum familiar. Una foto encima de un recuerdo olvidado, una cicatriz de un golpe cuando éramos chicos, un pesebre en la cabeza de un niño o un acuario de excentricidades del fondo del mar: un mundo al lado de otro y de otro y de otro, así infinitas veces. Ana y Juan nos recuerdan con sus collages que esta simultaneidad es la autopista por la cual circulamos. Te levantas porque suena el despertador o porque entra demasiada luz en el cuarto pero nuestro pensamiento nos dice que existe un límite: no despertaríamos por la explosión de un avión contra un edificio -por ejemplo- y sin embargo sucede. Los aviones se estrellan contra los edificios.

































http://weblogs.clarin.com/itinerarte/2012/05/24/fiebre_llega_con_el_frio/

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